El segundo sexo by Simone Beauvoir

El segundo sexo by Simone Beauvoir

autor:Simone Beauvoir
La lengua: spa
Format: mobi, epub
Tags: Feminismo, Ensayo
ISBN: 9789505160686
editor: Debolsillo
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


... El pobre Bernard no era peor que otros. Pero el deseo transforma al ser que se nos acerca en un monstruo que no se le parece. «Me hacía la muerta, como si aquel loco, aquel epiléptico, hubiera podido estrangularme al menor gesto.»

He aquí un testimonio más crudo. Es una confesión recogida por Stekel y de la cual cito el pasaje que concierne a la vida conyugal. Se trata de una mujer de veintiocho años, que ha sido educada en un medio. refinado y cultivado.

Yo era una novia feliz; tenía, por fin, la impresión de estar protegida, era de pronto alguien que llamaba la atención. Era mimada, mi prometido me admiraba, todo aquello era nuevo para mí... Los besos (mi novio no había intentado jamás otras caricias) me habían inflamado hasta el punto de que no veía llegar el día de la boda... En la mañana de ese día, me hallaba presa de tal excitación, que empapé de sudor inmediatamente la camisa. Era la idea de que, por fin, iba a conocer al desconocido a quien de tal modo deseaba. Conservaba la infantil idea de que el hombre tenía que orinar en la vagina de la mujer... Una vez en nuestra alcoba, ya se produjo una pequeña decepción cuando mi marido me preguntó si quería que se alejase. Así se lo pedí, porque verdaderamente tenía vergüenza de hacerlo delante de él. La escena en la que yo me despojaría de la ropa había representado un importante papel en mi imaginación. Él regresó con aire sumamente confuso cuando yo estaba en la cama. Más tarde, me confesó que mi aspecto le había intimidado: yo era la encarnación de la juventud radiante y llena de expectación. Apenas se hubo desvestido, apagó la luz. Y, sin casi besarme, intentó tomarme inmediatamente. Estaba yo muy atemorizada y le rogué que me dejase tranquila. Deseaba estar muy lejos de él. Estaba horrorizada por aquel intento sin caricias preliminares. Lo encontré brutal, y se lo reproché a menudo más tarde: pero no era brutalidad, sino una gran torpeza y falta de sensibilidad. Todos sus intentos fueron vanos en el curso de la noche. Empecé a sentirme sumamente desgraciada, me avergonzaba mi estupidez, me creía defectuosa y mal conformada... Finalmente, me contenté con sus besos. Diez días después, logró, por fin, desflorarme; el coito sólo duró unos segundos y, salvo un leve dolor, no sentí absolutamente nada. ¡Qué gran decepción! Después experimentaba un poco de dicha durante el coito, pero el triunfo era sumamente penoso; a mi marido le costaba todavía un gran esfuerzo alcanzar su objetivo... En Praga, en el piso de soltero de mi cuñado, me imaginaba las sensaciones de este cuando supiese que yo me había acostado en su cama. Allí fue donde tuve mi primer orgasmo, que me hizo muy feliz. Mi marido me hizo el amor todos los días durante las primeras semanas. Todavía alcanzaba yo el orgasmo, pero no me satisfacía, porque era demasiado breve y estaba excitada hasta el borde de las lágrimas.



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